Milan Kundera. Un retrato íntimo, de Florence Noiville (Tusquets) Traducción de Mayka Lahoz | por Juan Jiménez García

Florence Noiville | Milan Kundera. Un retrato íntimo

No me gustan las biografías. Sin embargo, he leído grandes libros que lo son, como el de Monika Zgustova sobre Bohumil Hrabal, o el de Anna Bikont y Joanna Szczęsna sobre Wisława Szymborska. Adelanto: también este de Florence Noiville sobre Milan Kundera me ha gustado. Pienso en qué une esas biografías que me satisfacen en contraste con ese género que no. Tal vez su humanidad. Su humanismo, iba a escribir. Tratar al biografiado como un ser humano, con sus debilidades, escapar a la idea de superhombre. Peor: de supervillano. O, más a la moda, meter en algún sitio algo lo suficiente escandaloso (ni eso: hacer ruido) para animar las redes sociales un par de días y las notas de prensa disfrazadas de críticas literarias. Con Kundera, con su reciente muerte, nos llegaron señales de esas derivas: su enfermedad, por qué no regresó a Chequia,… Algún tópico: no le habían dado el Premio Nobel. En fin… Demasiado obvio y fácil de olvidar. En el libro de Noiville está todo esto (porque tampoco se debe evitar: es una cuestión de formalismo, es decir, de la forma, y cuando es el todo y no una parte). El libro incluye algún riesgo adicional (fue amiga personal del escritor, lo cual la puede llevar a glosar más esa relación que la vida del otro). Pero creo que lo más destacable es como la biógrafa logra evitar todos esos peligros y nos devuelve un retrato del escritor checo (me resisto a decir francés, porque seguramente él no se creía francés, por mucho qué) al hilo de su obra y de sus días, pero más de su obra. Y ese es el punto de cohesión (reparo en que también por eso me gusta aquello que me gusta): la vida está contenida en la obra (nadie como Milan Kundera insistió tanto en ello), luego debemos seguir el hilo de esta para encontrar la otra, o, al menos, lo que el autor quería contar de ella. Cierto que se puede realizar un ejercicio, podríamos decir, de traslación, de escritura comparada (vida-obra; mejor: obra-vida), y eso es lo que hace la periodista francesa. Entretejer una y otra, salirse momentáneamente de los libros en esos momentos que condicionaron o conformaron de alguna manera a Kundera, resolver alguna incógnita, recorrer lugares comunes (geográficos) y mostrar como la enfermedad puede ser reveladora de nuestros más íntimos temores y anhelos (el escritor hablando en checo) 

La estupidez de los hombres viene del hecho de que tienen una respuesta para todo, dice Kundera. Lo dice porque piensa que la sabiduría de la novela viene del hecho de hacerse preguntas. Pero esa definición de estupidez contiene nuestro tiempo de tal manera (todos los tiempos, pero uno está en el que está) que nos resulta reveladora en su sencillez. También podría encabezar cada biografía, pensando que el misterio, lejos de ser una falta de algo, nos es propio. Necesario. En otro lugar habla del arte, de su desaparición y de su necesidad, que es lo mismo. Perdida esa necesidad, desaparece. Podemos pensar en la utilidad del arte, pero de nuevo nos vemos abocados a la estupidez. A la cuantificación (otra de esas horribles palabras).  

Entonces, al final, entre todos los hilos posibles, entre todos caminos recorridos en la biografía de Florence Noiville, hilos tendidos con ropa secándose al sol, movida por los distintos aires y vientos, acaba por imponerse ese Milan Kundera escritor, porque después de todo, él tenía razón. Es habitual pensar en el papel del escritor en nuestros días. Esa exposición máxima, convertido en feriante, que va de sitio en sitio mostrando su mercancía. Puede que esta sea una de las razones por las que les pedimos explicaciones por su vida condenando su obra. Sí, las razones del escritor checo eran justas y sus últimos años le dieron la razón. Es curioso que uno de sus títulos sea El libro de la risa y el olvido. La risa. El olvido. La vida pasa, la escritura permanece. No toda, pero sí que permanecerá la de Kundera, mucho tiempo después de él, sin necesidad de nada más que la sustente. Como él quiso.


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